sábado, 27 de marzo de 2010

Cronica de un viaje inesperado

En uno de esos calurosos días de semana santa, fui invitada a pasar unos días en la playa con mis tíos y mis primas, invitación que desde un principio no pude rechazar, ya que agobiada de los trabajos de la universidad y queriendo relajar mi mente y recrear mi vista, sería el lugar perfecto para lograrlo. El punto de partida sería el miércoles en la casa de mi tío, por lo que ese día tome un taxi y partí hacia allá; al llegar, salude a todos y ayude a montar las cosas en el carro, alrededor de las dos y media estábamos listos para partir; el viaje comenzó muy normal, jugando, malos chistes por parte de mi tío, uno que otro comentario sarcástico por parte de mi tía, en el fondo un poco música de viaje, pero sobretodo hablando sobre lo que queríamos hacer al llegar a Santa Marta, lugar de destino o por lo menos eso creíamos. Al llegar a la entrada del puente Pumarejo, una especie de trancón obstaculizó nuestro paso, siendo optimistas decidimos esperar un poco, para ver qué era lo que sucedía, a nuestro alrededor pasaban un montón de motos y camiones, estos cada vez con una actitud más agresiva. Después de unos veinte minutos, mi tío nos dijo “bueno, nos vamos para Cartagena”, en un principio reímos, pensábamos que era otra de sus bromas, pero al sentir como el carro retrocedía y salía poco a poco del trancón para tomar una nueva ruta, entendimos que no estaba bromeando y que nos íbamos para Cartagena, fue así como a las tres y media partimos para nuestro nuevo destino; seguimos igual de felices e imperativos, pero a diferencia de Santa Marta, Cartagena quedaba aproximadamente a dos horas, por lo que pronto el viaje se hizo un poco difícil y nos fuimos apagando poco a poco, hasta quedar sumidos en una especie de sueño, recuerdo como en un momento se detuvo el carro, mi tía descendió de este y al volverse a subir, nos dio unas almojábanas, las cuales sabían a gloria y nos despertaron de nuestro encantamiento. Después de allí, el viaje se torno más sencillo y sentimos como en poco tiempo llegamos a nuestro destino, mi reloj marcaba las cinco y media, y en mi interior ya sentía la brisa del mar y la arena en mis pies; pero como todo lo que brilla no es oro, un policía nos detuvo, el problema radicaba en que la placa del carro de mi tío, tenia pico y placa, y al no haber entrado por la parte turística, debía aplicarse la ley. Para evitar problemas, el policía le dijo que esperáramos hasta las siete, hora en la que terminaba el pico y placa. Por fortuna, había varios locales de comida a nuestro alrededor, así que nos dirigimos a uno de ellos para esperar. Estando en ellos decidimos comer algo para que la espera no se volviera eterna; subimos al segundo piso de uno de ellos que estaba vacío, y por dos horas puedo decir que ese lugar se volvió nuestro hogar, o por lo menos así lo sentí yo, lo teníamos solo para nosotros y un televisor a una esquina del lugar entretenía nuestra espera. A las siete en punto debíamos irnos, por lo que nos despedimos y agradecimos por no echarnos por molestarlos durante dos horas. Llegamos muy rápido al hotel, donde alquilaron dos habitaciones, una para mis tíos y otra para nosotras, acomodábamos nuestras cosas en la habitación cuando sonó la puerta, era mi tía que no preguntaba si queríamos salir a caminar, al haber pasado toda una tarde sentadas, decidimos que si queríamos, así que nos preparamos para salir todos; hay que admitir que Cartagena de noche tiene una belleza que nadie puede negar y que cautiva por sus luces, pero sobre todo por el sonido que produce el mar en la inmensa oscuridad, no lo vemos, pero lo sentimos. Nuestra caminata terminó alrededor de las diez de la noche, hora a la cual llegamos al hotel y mientras mis tíos guardaban el carro, mis primas y yo quedamos cautivadas, por unos muchachos guapos, altos, de tez bronceada y que para nuestra fortuna se estaban hospedando en el mismo hotel. Si algo he aprendido al crecer entre hombres, es que no hay que tenerles pena, así que estaba decidida a hablar con ellos, pero había un problema: mis tíos. Ellos eran muy divertidos y “recocheros”, pero estos jóvenes se veían más grandes que nosotras y por ningún motivo iban a dejar que nos acercáramos a ellos, así que ni lo intentamos. De este modo fue como terminó nuestro primer día en Cartagena, después de muchos altibajos. El jueves, nuestro segundo día, comenzó muy agitado, mi tío desde el otro lado de la puerta de la habitación, cantaba mientras seguía el ritmo de su puño tocando la puerta, nos levantamos y fuimos a desayunar, mis primas y yo decidimos caminar por el hotel y terminamos en el lobby, donde nos encontramos con los muchacho de la noche anterior, uno de ellos estaba hablando con la recepcionista, en un principio no lo entendí, me pareció que hablaba muy rápido, pero después lo capte, no estaba hablando español, hablaba portugués, y fue cuando nos dimos cuenta que eran brasileños. Uno de ellos se nos quedo mirando, como queriendo hablarnos, pero en eso llegaron mis tíos y nos dijeron que íbamos para la playa, así que nos fuimos con ellos, al llegar de la playa eran como las cuatro de la tarde y el hotel estaba muy callado, nos fuimos a bañar y a cambiar, no sabíamos con quien nos podíamos encontrar. Lo bueno de estar en habitaciones separadas era que mis tíos no se enteraban de lo que hacíamos, así que mientras ellos descansaban en su habitación mis primas, Mary, contemporánea a mí y Caro un poco más pequeña que nosotras y yo, decidimos inspeccionar el hotel. Caminando por uno de los largos pasillos que conformaban el hotel, nos encontramos con uno de los brasileños, parecía el más pequeño de todos, y para nuestra sorpresa hablaba español, no sé como paso, pero en instante ya estábamos hablando con él, era un poco confuso entenderlo porque combinaba las palabras, pero era agradable, en eso llego otro de sus amigos y no los presentó, no sabían pronunciar nuestros nombres, lo que nos provocaba risa al escucharlos, aunque nosotras tampoco pronunciábamos bien los de ellos; no eran tan viejos como parecían, tenían entre 18 y 20 años, y estaban en una especie de excursión o eso fue lo poco que logre entender, la conversación iba muy bien, caminábamos por el hotel y nos presentaban a uno que otro compañero que se encontraban por el hotel, hasta que caímos en cuenta que debíamos estar en nuestra habitación, algo que ellos notaron, por lo que nos acompañaron y nos quedamos sentados hablando en unas escaleras cerca de esta, ellos tenían que marcharse, iban a comer o algo así, por lo que se despidieron de nosotras, y nos preguntaron que cuando nos marchábamos, respondimos que mañana y con un ademan de tristeza dijeron que fue un gusto conocernos y se despidieron con un ligero movimiento de mano, fue así como después de casi tres horas terminó nuestra conversación . Esa fue la primera y la última vez que hablamos con ellos, el viernes no los vimos, nos levantamos tan temprano que nos fuimos a pasear por Cartagena, comimos cosas típicas, fuimos a la playa y nos divertimos mucho, pero debo admitir que lo mas interesante de ese paseo de semana santa fue conocer a los brasileños, llenos de vida y de color. Si no hubiera sido por el trancón en el puente Pumarejo, nunca los hubiéramos conocido, ahora con más razón creo que todo pasa por algo.